La tortura, trauma psicosocial con marcas profundas

¿Alguna vez se han observado años después, alguna cicatriz en sus cuerpos? ¿Han prestado atención a su aspecto? Seguramente al verla también han recordado alguna historia detrás de esa herida que en su momento les causó mucho dolor, y quizás inmediatamente después ese recuerdo se acompañe de la emoción que nos traslade al suceso que dio pie a esa marca.

Según el psicólogo social Martín Baró, un trauma es una herida, es aquella experiencia dolorosa que marca la vida de quien lo sufre para siempre, con una connotación muchas veces negativa en la vida de quienes sobreviven a él, por otro lado un trauma psicosocial, es un hecho igualmente doloroso efectuado en contextos de violencia sociopolítica, para el cuál la psicología convencional tiene poco que explicar. El contexto actual en el que vivimos en México es una constante de violaciones graves de derechos humanos, de cierta manera hemos ido cargando con un trauma psicosocial tras otro, sin tiempo y sin herramientas para curarnos ni personal, ni socialmente. Los hechos cotidianos de asesinatos, represiones, detenciones policiacas de la mano de golpizas, nos han llevado a neutralizar a tal grado la violencia, que nos parece natural y necesaria. Una buena parte de la sociedad ve normal que un policía cuando detenga a una persona sospechosa de haber cometido un delito, le golpee. Esto es en parte, consecuencia de la serie de traumas psicosociales que hemos vivido, son las cicatrices sociales a las que ya ni siquiera prestamos atención.

La tortura tiene graves consecuencias psicosociales en las personas, familias, comunidades y en toda la sociedad. Los efectos en las personas pueden variar mucho de acuerdo a las condiciones específicas de quién lo sufre, su historia de vida, sus redes para superarlo, entre otras. Algunas de las personas que viven tortura pueden presentar ataques de ansiedad y miedos intensos. Así mismo es probable que sus familias noten cambios abruptos y los perciban como más irritables y agresivos (esto es: la violencia de la tortura, suele generar en automático más violencia, no acaba con ningún problema si no agrava los problemas existentes previamente). Es probable que se comience o aumente el consumo de sustancias, o se agranden problemáticas como alcoholismo o drogadicción. Muchas personas tienen rupturas con personas cercanas o de pareja, o empiezan a ejercer violencia intrafamiliar, en su dificultad para manejar el dolor.

La depresión, o lo que podría llamarse como un desanimo generalizado y muy intenso, deseos de huir o de suicidio también suelen presentarse como consecuencia de la tortura. Así mismo puede ser que haya síntomas de estrés pos traumático, eso significa que ante cualquier cosa que recuerde la experiencia el cuerpo re-viva cosas similares, como si la persona volviera a vivir la tortura, a veces años y años después. Por ejemplo, ante la presencia de cualquier policía o palabras que recuerden la tortura psicológica; o sobresaltos ante estímulos fuertes como ruidos.

Otro aspecto que sucede muy comúnmente es la ruptura de las creencias básicas, por ejemplo, la idea de que la policía está al servicio de la comunidad y que por lo tanto deben protegernos. O también una ruptura del proyecto de vida, de los propios sueños. En la mayoría de las personas puede haber recurrencia en síntomas físicos o enfermedades que no parecen asociadas con la tortura, pero son efectos a largo plazo del estrés vivido.

Es importante destacar que cuando hablamos de tortura no solo nos referimos a golpes o asfixias, o las formas más extremas que conocemos como sociedad acostumbrada a la violencia. La tortura puede ser psicológica, y no por eso menos dañina. Por ejemplo las amenazas de hacer daño en las condiciones de indefensión en la que se encuentra cualquier persona durante la detención pueden tener efectos muy graves, pues quedan grabadas en la memoria y en la forma de afrontar la vida, como una cicatriz imborrable que muchas veces nadie más ve.

Hay personas que aparentemente no tienen consecuencias, pero eso no significa que no vivan un impacto; probablemente tuvieron ciertas condiciones, una red cercana de apoyo o ayuda profesional. Todas las personas respondemos, no hay una forma correcta de afrontar la experiencia de la tortura. A veces afrontar, es callar por miedo a que dañen a otras personas, mientras a otras personas les sirve hablar y exigir justicia, entre miles de otras formas. Las familias o amigos suelen muy importantes para sobrellevar la situación, siempre y cuando se respeten la forma en que cada quien vive el dolor. A muchas personas les ha servido tener un grupo de apoyo, que vivió cosas similares, encontrarse con personas con quien sentirse comprendidas. Existen múltiples formas de afrontamiento, sin embargo ayudaría mucho si como sociedad comprendiéramos que la tortura no está justificada bajo ninguna circunstancia y exigiéramos justicia para quienes la han vivido.